domingo, 20 de julio de 2008

Los ochenta

Digamos para empezar que no me gustaron mucho los ochenta. Durante aquella década me dediqué a mirar la televisión, jugar a pelota y vestirme con jerséis de lana multicolor. No es que no me lo pasara bien, pero me he quedado con una sensación de correteo sin sentido, persiguiendo el regazo de mis padres unas veces y siendo perseguido otras por una mujer furiosa con una zapatilla en la mano. Durante los ochenta tuve mi primera novia y también mi primera decepción amorosa. Me peleé con un niño que me sacaba una cabeza. Me felicitaron por acabar el primero. Me echaron de clase por disparar –con una pistola de juguete- a un compañero. Me regalaron una hucha en forma de tomate. Supongo que de alguna forma se forjó este carácter que tengo. Los ochenta pasaron y no veo ninguna necesidad de que vuelvan.

Pues los ochenta volvieron hace un lustro más o menos. A la gente le empezó a gustar de nuevo los bolsos de polipiel. Un chico con hombreras era lo más. Las chicas querían parecerse a la bailarina de Flashdance. Pantalones de estampados imposibles. Leggings. Los chicos vestían como los de Duran Duran. Cortes de pelo estilo “el príncipe valiente. Pero eso no era lo peor, un grupo de inconscientes empezó a reclamar la vuelta del hair metal, Mötley Crue, Poison, Kiss… los jinetes del Apocalipsis vestidos con chupas de cuero con flecos y camperas. Los ochenta volvieron y a la gente le gustaba decir aquello de “¡los ochenta sí que molaron!”.

Un coolhunter nos diría que es la propia sociedad la que se inclina por el revival, por recuperar el pasado, para adaptarlo al presente. Yo creo más bien que es la propia industria de la música pop y de la moda la que recicla sus propios materiales en un intento de rentabilizarlos. ¿Escasez de talento? No forzosamente, más bien el miedo al riesgo y al fracaso. Por eso en mi condición de observador pronostico que volverán los noventa, pronto, si es que no lo han hecho ya. El grunge. Las camisas a cuadros. Screech de Salvados por la campana.

PD: Vivo con dos estilistas de moda. Mi interés por el tema se reduce a las conversaciones de café y cigarro.

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