lunes, 6 de octubre de 2008

Abel

Abel nació con el labio leporino. Como hiedra trepadora el labio superior se le enroscaba en la nariz formando un pequeño remolino que dejaba al descubierto las rosadas encías. Su madre solía decirle que tenía la sonrisa incompleta más bonita del mundo mientras le alimentaba con una cucharilla de plástico. Su malformación le impedía mamar de los pechos de su madre para obtener la leche. Abel decía que el primer recuerdo que conservaba era el de su madre utilizando el sacaleches, ella sentada en una silla de plástico en la cocina con un pecho asomando y él delante suyo en la trona de altas patas. Abel creció y se hizo hombre obsesionado con los pechos femeninos. Era lo primero en lo que se fijaba cuando miraba a una mujer o sería mejor decir que él no veía más allá de ellos. Cuando paseaba por la calle tapado con una bufanda para proteger su labio deforme de las miradas de burla, asco o conmiseración, sus ojos no se levantaban del todo, se situaban a la altura del pecho para barrer las calles en busca de senos. Cuando encontraba unos que le gustaban aminoraba la marcha y los observaba desde una distancia prudente, sin acercarse del todo, luchando con el irrefrenable deseo de descubrirlos ante sus ojos y palpar los pezones con las yemas de sus dedos. Entonces echaba a correr hasta su casa, se encerraba en su habitación y se masturbaba intentando rememorar el momento. Abel tenía treinta años y era virgen. Trabajaba de vigilante nocturno en la perrera municipal. Era un trabajo solitario pero los perros le hacían compañía. Su madre le había dicho que no se encariñara con los animales pues pronto serían sacrificados pero para Abel eso era muy difícil. Durante sus rondas nocturnas se paraba delante de las jaulas y los acariciaba con un dedo a través de la reja. A veces sacaba a los más pequeños y jugaba con ellos, la ternura con que brillaban los ojos de los cachorros le hacía llorar de pura tristeza al pensar en cual sería su futuro si alguien no los sacaba de allí.

Una noche cuando se encontraba en la garita de la perrera alguien llamó al timbre. Lo que solía hacer en estos casos era quedarse muy quieto en su sitio y dejar que pasara el tiempo hasta que el intruso se fuera. Pero esta vez fue diferente, el visitante se pasó más de media hora llamando al timbre por lo que Abel por primera vez tuvo que ir a abrir la verja. Se puso la bufanda protectora y se dirigió hacía la entrada de la perrera con poca convicción y menos ganas. Al abrir la puerta Abel se encontró delante de una jovencita de rostro enojado o al menos eso es lo que vió después, porque en un primer momento lo único que pudo ver fueron los pechos más bonitos que jamás había contemplado. Cayó de rodillas fulminado allí mismo por tan bella visión y los ojos se le llenaron de lágrimas. Reía y lloraba al mismo tiempo. La joven le estaba gritando pero a él no le importaba. Esos pechos le cegaban, le quemaban las retinas, le hacían hervir la sangre y le paraban el corazón, pero, ay, ese dolor era tan placentero. Bajo el jersey de lana habitaba la culminación de su búsqueda. Estaba enamorado.


Whitesnake - Is this love (1987)

2 comentarios:

Silencio dijo...

Espero no ofender a nadie. Este texto supongo que es el resultado de leer a Boris Vian y ver acto seguido Entrevista con el vampiro. También sirve como respuesta (más o menos) a una conversación paralela entablada en los comentarios de otra entrada.

barbareta dijo...

Que grande tu aportación a mi blog...es perfecta dentro de esa clasificación...gracias...la añado a mi lista...

un besito