jueves, 24 de julio de 2008

Tablao

La ciudad está tomada. En la Rambla, uno de los lugares más delirantes por los que se puede caminar, guapas argentinas te invitan a visitar un tablao flamenco. Van vestidas de negro con un clavel en el pelo. Te hablan en inglés pero tú les dices que eres de aquí y entonces su mirada resbala con una caída de ojos. Te preguntas como deben ser esos sitios. Te gustaría entrar, aunque solo fuera para verlo y después contárselo a la gente. ¿Quien deben ser las bailaoras? ¿Serán también argentinas, recicladas tanguistas que aprendieron a mover la bata de cola hace ya muchos años? ¿Se animarán los turistas a jalear el espectáculo con un un “olé”? ¿O se limitarán a pellizcar el culo de las camareras que se mueven entre las mesas de madera llevando jarras de sangría? ¿Habrá duende encima del entarimado? ¿Tendrá el pellizco el guitarrista solista? Te lo imaginas y crees que es mejor no ver la representación.


martes, 22 de julio de 2008

Abstracciones y figuración


Retomando uno de los ejemplos de mi compañero quisiera llamar la atención sobre un dato para todos aquellos que, como yo, son incapaces de entender a qué juega Kiss. No habrá solución en estas líneas (quizás algún lector fanático quiera aclararnos de qué van disfrazados) sino que voy a comentar un detalle que no hará más que sumar extrañeza a la extrañeza.

Después de observar sus fotos con moderado detenimiento he llegado a dos conclusiones, la primera no demasiado firme, la segunda sí. Primero diríamos que van disfrazados de pesadilla, no sé si de pesadilla en general o de la pesadilla del estéta o de la pesadilla del buen gusto, pero de pesadilla al fin, pesadilla indefinida, extraña, que se teme porque no se comprende, porque está en el margen, del payaso pesadillesco o del payaso a secas que viene a ser lo mismo. Pesadilla abstracta entonces que nos lleva a la segunda consideración, esto es, que sus máscaras o sus disfraces no pretenden mimetizar ningún elemento de la vida cotidiana sino justo lo contrario, introducir no ya lo improbable ni lo imposible, sino un posible inesperado, introducir lo que queda fuera, el sueño que queda fuera. Ahí entiendo o intento entender esa lengua que baja, que se alarga más de la cuenta debido a que, según me contaron, yo no tengo ni idea, se cortó el frenillo.

Y ahí va la observación: si nos fijamos, los dibujos en sus rostros no simulan nada, son simplemente formas que los recrean en nada. Salvo uno. Uno va de gato. Es un gato. Es un gato con sus bigotes de gato y su hocico de gato y sus ojos de gato y su mirada de gato y los otros parece que no se han dado cuenta que hay uno que va de gato o que es un gato, y a lo mejor si se han dado cuenta y hacen como que no lo ven pero están tristes porque todo el juego del disfraz de nada o de miedo o de payaso se ha ido a la mierda porque hay uno que va de gato. En el caso que sea así, en el caso que los demás lo sepan y que el de la lengua lo sepa y el de gris sombreado lo sepa y el de los labios pintados de rojo que hace morritos, así, sacándolos hacia fuera, porque cree que si se llaman Kiss debe de haber alguien que lo haga y él, con gusto, se presta, en el caso que el de morritos Kiss lo sepa digo, en ese caso, en el caso que lo sepan todos, puedo imaginarme el principio de todo, la primera vez que se pintaron sin saber que esa chorrada les iba a llevar a alguna parte.

Yo me cortaré el frenillo de la lengua y la estiraré mucho, dice el primero, y me pintaré los ojos en forma murciélago, todo muy negro, muy oscuro, y me haré un pico negro en la frente, como si fuera el conde Drácula, añade pensando que Vlad Tepes, el empalador, tenía un pico en la frente cuando seguramente tan solo tenía entradas. Pues yo me pintaré los labios grises, dice el segundo que no es muy imaginativo y que está tratando de no copiarse o de copiarse con elegancia y disimulo, y además me pintaré los ojos en forma de cuervo, pero no muy negro, sólo sombreado. Yo me pintaré los labios de rojo y me haré una forma en el ojo derecho, ya veré el qué, aún no lo he decidido, dice el tercero. Y el cuarto, alegando que él es mucho más visual, dice que prefiere pintarse y a ver que sale, porque total, si tiene que salir algo abstracto, algo pesadillesco, más vale improvisar directamente sobre el lienzo, que no es un lienzo sino que es su rostro pero que él llama lienzo para hacer una broma o para parecer culto o para dárselas de ingenioso. Ya veréis, concluye.

Puedo imaginármelos, los cuatro, pintándose juntos, llamándose la atención mutuamente, diciendo mola, o está guay, o cualquier cosa rápida porque en realidad lo que quieren es que les miren a ellos, lo que ellos se están pintando, su disfraz. Y al rato acaban. Los imagino mirándose, felicitándose hasta que llega el turno de felicitar al cuarto, el que iba a improvisar la abstracción, y deciden ser sinceros con su amigo y se lo dicen, que es un gato, que se ha pintado de gato, que se ha disfrazado de gato y que ese no era el trato sino que se debían de pintar de algo indefinido. El cuarto, claro, al principio se resiste y afirma que no es un gato, que no va de gato, que en todo caso da la casualidad que los gatos se parecen a su disfraz pero que en ningún caso él se ha copiado de un gato. Luego se echa un rápido vistazo al espejo y el gato dice que el de los labios rojos se ha pintado una estrella, que eso no es abstracto, y que el segundo se ha copiado del primero, y que ha dicho alas de cuervo en los ojos para disimular y no decir alas de murciélago, pero que está claro que eso son alas de murciélago mal dibujadas. Entonces los demás se miran entre ellos y le dicen que tiene razón, que se parece a un gato pero que sin duda no es un disfraz de gato y que además, en el caso que lo fuera, no pasaría nada, porque los gatos también pueden ser muy pesadillescos.

Esto se está yendo de madre.

domingo, 20 de julio de 2008

Los ochenta

Digamos para empezar que no me gustaron mucho los ochenta. Durante aquella década me dediqué a mirar la televisión, jugar a pelota y vestirme con jerséis de lana multicolor. No es que no me lo pasara bien, pero me he quedado con una sensación de correteo sin sentido, persiguiendo el regazo de mis padres unas veces y siendo perseguido otras por una mujer furiosa con una zapatilla en la mano. Durante los ochenta tuve mi primera novia y también mi primera decepción amorosa. Me peleé con un niño que me sacaba una cabeza. Me felicitaron por acabar el primero. Me echaron de clase por disparar –con una pistola de juguete- a un compañero. Me regalaron una hucha en forma de tomate. Supongo que de alguna forma se forjó este carácter que tengo. Los ochenta pasaron y no veo ninguna necesidad de que vuelvan.

Pues los ochenta volvieron hace un lustro más o menos. A la gente le empezó a gustar de nuevo los bolsos de polipiel. Un chico con hombreras era lo más. Las chicas querían parecerse a la bailarina de Flashdance. Pantalones de estampados imposibles. Leggings. Los chicos vestían como los de Duran Duran. Cortes de pelo estilo “el príncipe valiente. Pero eso no era lo peor, un grupo de inconscientes empezó a reclamar la vuelta del hair metal, Mötley Crue, Poison, Kiss… los jinetes del Apocalipsis vestidos con chupas de cuero con flecos y camperas. Los ochenta volvieron y a la gente le gustaba decir aquello de “¡los ochenta sí que molaron!”.

Un coolhunter nos diría que es la propia sociedad la que se inclina por el revival, por recuperar el pasado, para adaptarlo al presente. Yo creo más bien que es la propia industria de la música pop y de la moda la que recicla sus propios materiales en un intento de rentabilizarlos. ¿Escasez de talento? No forzosamente, más bien el miedo al riesgo y al fracaso. Por eso en mi condición de observador pronostico que volverán los noventa, pronto, si es que no lo han hecho ya. El grunge. Las camisas a cuadros. Screech de Salvados por la campana.

PD: Vivo con dos estilistas de moda. Mi interés por el tema se reduce a las conversaciones de café y cigarro.

lunes, 14 de julio de 2008

Síntomas

En primavera de 2002 Raúl Jiménez explicaba medio riendo, en el vestuario de una piscina municipal a las afueras Sant Fruitós de Bages, que él también había conocido a aquel chico apodado el Furia. Había sido varios años atrás, aún en el instituto. Raúl contaba que solía verlo en problemas a la hora del recreo o a la salida, pero que nunca en clase pues ese Furia era menor e iba a otro curso. Uno de esos días, vaya uno a saber por qué, Raúl había decidido interrumpir la paliza o la madriza o la Patum, tal como les gustaba decir, no sin un deje de festividad, a los que se la propinaban, sus compañeros de clase. Raúl entró en el corro, dio un par de empujones y aprovechando su tamaño pero sobretodo su mayoría de edad ordenó que se disolviera, que dejaran de patear al pobre chaval que seguramente ya había entendido lo que tuviera que entender. Cuando el Furia notó que arreciaba la lluvia de patadas se levantó de un salto con un gesto rápido y nervioso, y soltó un “i a tú que et passa fill de puta!” o un "vols osties fill de puta?", aunque probablemente gritara simple y llanamente "fill de puta!". Se lo decía a Raúl que por otro lado ya se había girado y se iba hacia su casa. En el vestuario del gimnasio Raúl Jiménez tan sólo añadía, para acabar la historia, que autorizó a que le siguieran pegando si querían, que por él no se cortaran, cosa que los demás chicos hicieron, y eso se notaba, con mucho placer pues les parecía que el chaval se lo había merecido.
De hecho, esa siempre fue la coartada para sus compañeros de clase. El tal Furia, chico bastante hiperactivo, hacía cosas extrañas. No era inusual, por ejemplo, que lanzara improperios y obscenidades (sobretodo improperios). Éstos normalmente eran dirigidos, es decir, no imprecisos ni lanzados al aire, sino personalizados para aquellos que luego se verían con el deber de celebrarle una Patum. Siempre con ayuda, claro.
El tal Furia era un marginado.
En marzo de 2008 Furia tuvo una hija, pero ya nadie le llamaba Furia.

El 12 de abril de 1974, unos veinte años antes de aquella paliza y unos treinta antes de que Raúl Jimenez la contara en el vestuario de un gimnasio, el reportero Bernardo de la Maza, ex conductor del noticiario de Televisión Nacional de Chile, realizaba una entrevista a Agustín Gerardo Arenas Cardoza, chico de 14 años que se dejaba llamar, con placer no confesado, el Super Taldo, superhéroe de las historietas que él mismo dibujaba y que a su vez tomaba el nombre de un amigo y vecino, Hugo Montaldo. De la Maza aparece en el reportaje tranquilo y serio. Arenas Cardoza aparece en el reportaje inteligente y cabal par su edad. No obstante, Arenas Cardoza no puede reprimir lanzar insultos, palabras soeces y realizar sonidos guturales con espasmos musculares (sobretodo sonidos y espasmos). De la Maza no consiguió que el video se emitiera por la Televisión Nacional de Chile debido al lenguaje inapropiado que utilizaba el chico. Cerca de veinticinco años más tarde el video fue descubierto gracias a una filtración de los archivos de la televisión y subido a Internet donde se hizo rápidamente popular.
Este es el video.




En 2004 un programa de la televisión de la Pontificia Universidad Católica de Valparaiso (UCV Televisión) dio con el paradero de Agustín Gerardo Arenas Cardoza o el Super Taldo, que ya recuperado tenía familia, una hija y un trabajo en una empresa de empaquetado.

Doscientos años antes, en 1825, el médico Jean Marc Gaspard Itard describía, para probar el buen funcionamiento de su método para reconducir el comportamiento, el caso de la Marquise de Dampierre. Según Gaspard Itard la tal Marquise de Dampierre era conocida en los círculos de la alta sociedad francesa por emitir sonidos guturales y gritar insultos e obscenidades (sobretodo obscenidades) a sus amigos de la élite.
Nunca se le permitió a Jean Marc Gaspard Itard tratar a la marquesa. Sin embargo en 1985, sesenta años después, el neurólogo Gilles de la Tourette con la ayuda de su profesor Jean-Martin Charcot utilizaron el caso de la Marquise como base para su “maladie des tics”. Lo curioso del caso es que de la Tourette no llegó nunca a tratar a la marquesa. Contrariamente a lo que se creyó durante un tiempo tampoco lo hizo su profesor, si bien de la Tourette afirmó que Charcot la había visto en una ocasión. En efecto, Jean-Martin Charcot la reconoció un día mientras esta subía una escalera blasfemando. A decir verdad todo el trabajo de Gilles de la Tourette se basó en las notas que tomó Gaspard Itard años antes, salvo por ciertas actualizaciones gracias a los obituarios de la Marquise de Dampierre.
La citada “maladie des tics” fue bautizada por Jean-Martin Charcot como El sindrome de Tourette, en honor a su alumno y colega. Se trata de un trastorno neurológico que cursa tics motores (espasmos musculares) y tics verbales, sobretodo ecolália y en menor medida coprolália. La ecolália consiste en la repetición involuntaria de una palabra o frase pronunciada por otro o por uno mismo, así como el curso de sonidos vocales involuntarios, gritos o sonidos guturales por ejemplo. La coprolália (del griego copro que significa excremento y de lalia que significa hablar o charlar, es decir, del griego balbucear mierda) se refiere a la tendencia patológica a proferir obscenidades, aunque se puede considerar también cualquier palabra o frase inapropiada.
No todas las personas que sufren Síndrome de Tourette padecen otros trastornos además de los tics. Es no obstante común que estos vayan acompañados de problemas adicionales como trastornos obsesivos-compulsivos, déficit de atención, dificultades para el aprendizaje, de lectura, de escritura, aritméticos y perceptúales, así como diversos trastornos del sueño.
La dificultad se encuentra en el diagnóstico, que no puede realizarse a través de pruebas de laboratorio. En realidad, en la mayoría de los casos, los síntomas se aducen por error a algún trastorno psicológico. Lo mismo sucede con familiares, amigos y entorno en general agravando así el aislamiento de quienes sufren el trastorno. No es de extrañar que la enfermedad añada además problemas laborales y sociales.

A pesar de lo dicho hasta aquí no debe entenderse este blog como un espacio de medicina. El texto no hablaba de medicina, como tampoco de historia. De lo que se trata es de decir lo que nos venga en gana. No para ser políticamente incorrectos, transgresivos, o críticos con la sociedad o con el poder. No. No va de valiente denuncia la cosa, del coraje del escritor anónimo que se quiere temible en su casa tecleando con calma, con una cerveza y unas patatitas. Lo que nos venga en gana es decir negro y que te digan blanco con total impunidad. Y sobretodo decir blanco y luego decir negro, afirmar con tranquilidad una cosa y su contrario. La intención es crear un cuadro, un marco donde no se tenga apenas respeto por las ideas de los otros, aunque tampoco por las propias, que es a la vez tener el máximo respeto por las ideas o por lo que éstas son. Porque las ideas están ahí para ser debatidas, rebatidas, matizadas, puestas en duda sistemáticamente. Respetemos a las personas entonces pero argumentemos a favor o en contra de las ideas.
El proyecto es crear un espacio de debate donde tengan cabida intereses diversos y que estos dialoguen entre ellos. Así se hablará aquí de cine, televisión, teatro, artes plásticas, literatura, música, o simplemente no se hablará en absoluto y se colgará una fotografía o un video, que para algo esto es un blog en la red y no una revista impresa.

Y quizás, lo primero que deberíamos hacer mis tres compañeros y yo, es acercar el cursor a la palabra blog, clicar el botón derecho y apretar sobre “agregar al diccionario”. Luego hacer lo mismo con la palabra clicar.